“Existe un abismo entre cómo nos gustaría vivir la sexualidad, cómo la mostramos a los demás y cómo la vivimos en realidad”, se presenta un libro de título revelador ‘Falos y falacias’ (Arpa Editores). Es el primero de Adriana Royo, terapeuta y asesora psicológica fascinada por las patologías sexuales y el análisis del autoengaño humano por imposición social. Las máscaras, insiste ella, las llevamos todos: cuando fingimos orgasmos, cuando ocultamos lo que de verdad sentimos o cuando exponemos una vida perfecta que, en realidad no tenemos. “El engaño es la moneda de cambio de los vínculos afectivos y, por supuesto sexuales”.

Ahora te levantas, te maquillas, te pones la máscara neonarcisista. Es lo que hay. Ya no es una forma de expresar emociones sino de taparlas. Eso se enquista y luego se pudre y es cuando viene un paciente, te dice que tiene depresión y rascas y te dices que lleva 40 años sin decir lo que sentía. La máscara molaría que la usáramos para conocernos. ¿Para quién me pongo guapa? ¿Por qué quiero esconder que estoy triste?

 En un colegio, cuando estaba dando una charla, los niños de doce años me preguntaban por el bukkake y claro, eran vírgenes. No tienes ni idea de cómo es la vagina de una mujer y ya estás maquinando cómo correrte con tres amigos en la cara de una tía. Creo que el porno ha afectado depende de cómo lo consumas. Puedes ver partes oscuras, puedes investigar sobre cosas que te excitan pero que tú juzgas luego de cara a la sociedad. Eso me parece muy interesante. Lo que no es, por ejemplo, pacientes súper jóvenes que tienen sexo real y dicen que no les excita suficiente. Hay casos de tres pajas con porno al día. Es consumo de adición. Debería hacerse un estudio de cómo afecta al sistema límbico o al hipotálamo ver tanto estímulo. El cerebro es plástico. Lo que nos metemos lo absorbemos. Tengo un montón de pacientes con una sexualidad que hay que desprogramar, no es suya, es de las películas, de lo que han visto.

Tinder activa la gula. Es como cuando vas a un buffet y te hinchas a carne, pescado, luego un cruasán. De pronto te apetece todo en lugar de coger una cosa y saciarte con una porque sabes que tu cuerpo no necesita comer marisco y luego un pastel y un café. Tinder hace eso y no tienes suficiente con una cosa y quieres más porque piensas que encontrarás algo mejor. Como los romanos cuando vomitaban para seguir comiendo. Creo que Tinder activa esta gula en versión emocional.

Adriana Royo: Tinder es un bufé de sexo en el que vomitas para seguir comiendo
Regresar al inicio